domingo, 11 de agosto de 2013

La Vorágine de José Eutasio Rivera

En La Vorágine  se explicita  la incompetencia de la estructura estatal, su dependencia del capital extranjero, la inexistencia de sus límites, lo que produce un espacio donde existe un conglomerado de pobladores de distintas procedencias y en el que las únicas leyes que funcionan las imponen los industriales.
Al examinar el estado de las costumbres políticas, sociales en Latinoamérica durante el último período del siglo XIX, en La vorágine se muestra la tendencia a formar un paralelo entre la historia de ayer y la de hoy, sacando de esta doble comparación las consecuencias precisas, no para justificar que los gobiernos pasados fuesen mejores o peores que los presentes, sino para probar lo poco que se ha progresado y lo mucho que se debería seguir avanzando en la libertad de expresión para hacer alarde de una verdadera emancipación de pensamiento. En la obra se sostiene que la libertad de la cual se dice que goza el ser humano, es una ilusión y que el despotismo de ayer se refleja en las costumbres del presente. Por consiguiente, el objetivo se orienta a enseñar lo absurdo de la vida en los acontecimientos acaecidos a los caucheros.
                Clemente Silva denuncia la terrible vida a que están expuestos los pobres hombres y mujeres que trabajan dominados:
               
Mientras los marineros obedecían, medité mis planes: ir al Consulado de mi país, exigirle al Cónsul que me asesorara en la Prefectura o en el juzgado, denunciar los crímenes de la selva, referir cuanto me constaba sobre la expedición del sabio francés, solicitar mi repatriación, la libertad de los caucheros esclavizados, la revisión de libros y cuentas en La Chorrera y en El Encanto, la redención de miles de indígenas, el amparo de los colonos, el libre comercio en caños y ríos. Todo, después de haber conseguido la orden de amparo a mi autoridad de padre legítimo, sobre mi hijo menor de edad, para llevármelo, aun por la fuerza, de cualquier cuadrilla, barraca o monte (Rivera, 62).

            Esta situación es un reflejo de la realidad política de Colombia, del mundo social o del carácter latinoamericano del siglo XIX.  La vida de los caucheros es virulenta se desarrolla en un una selva que aunque es un lugar abierto, una naturaleza frondosa es peor que un panóptico en donde el movimiento y la comunicación resultan imposibles. Las vidas de los personajes se transforman en un eterno castigo que los sumerge en un mundo de oscuridad, incomprensión, desamparo, aislamiento y opresión. Esta suerte de esclavitud es transmitida de padres a hijos ya que las deudas que estos caucheros contraen jamás son saldadas y por consiguiente los hijos son los que van heredando la esclavitud moral y física:
"—Ay, señor, parece increíble. Son picaduras de sanguijuelas. Por vivir en las ciénagas picando goma, esa maldita plaga nos atosiga, y mientras el cauchero sangra los árboles, las sanguijuelas lo sangran a él. La selva se defiende de sus verdugos, y al fin el hombre resulta vencido" (Rivera, 51).

Es la revancha de la selva que se desquita por las barbaridades que acometen los empresarios en contra de sus tesoros; “el oro blanco”.  Ese tesoro es lo que ha atraído a la casa Arana llegar hasta Colombia y explotar en su provecho a costa de vidas humanas y en contra de los árboles:
¿Quién estableció el desequilibrio entre la realidad y el alma incolmable? ¿Para qué nos dieron alas en el vacío? ¡Nuestra madrastra fue la pobreza, nuestro tirano, la aspiración! Por mirar la altura tropezábamos en la tierra; por atender al vientre misérrimo fracasamos en el espíritu. La medianía nos brindó su angustia. ¡Sólo fuimos los héroes de lo mediocre!
¡El que logró entrever la vida feliz, no ha tenido con qué comprarla; el que buscó la novia, halló el desdén; el que soñó en la esposa, encontró la querida; el que intentó elevarse, cayó vencido ante los magnates indiferentes, tan impasibles como estos árboles que nos miran languidecer de fiebres y de hambre entre sanguijuelas y hormigas! (Rivera, 64).
Con las palabras del fragmento anterior se confirma una vez más la vida de violencia de estos seres. Muestra una visión abismantemente sanguinaria. Además de todas estas denuncias en la obra se suma el caso del Coronel Funes, las matanzas  y crueldades acontecidas en los caucheros, del Gobernador, del Juez, del Jefe Civil y del Registrador, autoridades que no les importa la situación de estas personas, ya que mientras ellos sigan engrosando su capital, hacen una vista gorda de los abusos y crueldades que sufre el pobre:

Y no es raro ver en la población a individuos que, llegados de lueñes tierras, se detienen frente a un ventorro y dicen al ventero con urgida voz. : “Señor Juez, cuando desocupe de pesar caucho, háganos el favor de abrir la oficina para presentar nuestras demandas”, y se les responde: “Hoy no los atiendo.  En esta semana no habrá justicia: el gobernador me tiene atareado en despachar mañoco para sus barraqueros del Baripamoni” (Rivera, 83).                                                                           
Sea cual fuere la forma de Gobierno que rige a un país, es necesario que esta se ajuste estrictamente a los principios de justicia e igualdad; la transición hacia una nueva forma de Gobierno, debe tener lugar bajo estas bases de convivencia social, de otra forma, el Estado deriva hacia una condición de anarquía e inequidad social, donde  las consecuencias serán regularmente violentas e insufribles para las minorías oprimidas,  en nombre de una revolución, de progreso  que distorsiona el sentido real de la libertad.
                En conclusión, expulsar de las conciencias las pautas prescritas por la estructura opresora y transformar la realidad de subyugación, es un proceso de permanente liberación que implica adoptar conciencia de la dualidad que convive en la personalidad del ser e integrar esos rasgos opuestos a la realidad:
En la agencia de vapores dejé una carta para el Cónsul.  En ella invoco sus sentimientos humanitarios en alivio de mis compatriotas, víctimas del pillaje y la esclavitud, que gimen entre la selva, lejos de hogar y patria, mezclando al jugo del caucho su propia sangre.  En ella me despido de lo que fui, de lo que anhelé, de lo que en otro ambiente pude haber sido.  ¡Tengo el presentimiento de que mi senda toca a su fin, y, cual sordo zumbido de ramajes en la tormenta, percibo la amenaza de la vorágine! (Rivera, 94).               

                La vida, es un equilibrio entre polos opuestos irreconciliables. Conforme a esto, la contradicción opresor-oprimido, puede superarse si existe un cambio de percepción del lado opresor, si hay una expulsión de los mitos creados y desarrollados por la estructura subyugante y si hay un reconocimiento de la situación concreta que genera la opresión.
Patricia Carrasco

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